miércoles, 30 de septiembre de 2009

Once años después... vendrán más

Cuando el sábado volví a sentir el tirón en la pierna derecha durante la pichanga de fulbito en el barrio, supe que el domingo no desfilaría. Me jodió un carajo que el dolor me dijera que no acompañaría a mis ahora amigos, y ex compañeros de clase durante el reencuentro anual por el aniversario del centenario colegio nacional San José. Además, era un día doblemente especial, el Sanjo cumplía 150 años.
La mañana del último domingo había planeado no ir a clase de titulación en la universidad, para aprovechar las horas que ahorraría, yendo al diario donde trabajo para avanzar con una chamba, y ganar tiempo e ir al encuentro de los chicos. Eso hice, los cálculos no me fallaron.
Cuando llegué a la avenida Balta era imposible no escarapelarse. El que no sentía la piel de gallina no era del Sanjo. Ver aquella calle repleta de sanjosefinos y oír la banda de música entonando el himno granate era ciertamente conmovedor. Llevo once años fuera del cole, pero cada último domingo de setiembre, la sensación es la misma, y la vez distinta, cuando abrazamos los recuerdos tejidos en aula, y bueno, también fuera de esta, con las broncas a puño limpio en Los Parques, o después de cada partido de fútbol -y pocas veces de basquet- con los rivales de turno.
“Pacho” fue el primer tío al que encontré en Balta y llevaba consigo la banderola que mandamos hacer con el nombre de la promoción 1998. Charlamos, le pregunté por algunos de los muchachos, y me dijo que estaban en camino. Nos separamos por unos minutos porque él tenía que buscar a su papá -también sanjosefino- y yo, debía concretar una entrevista con un político que había pactado un día antes.
Al rato me crucé con “El Ciego”. Ya no usa esos anteojos con vidrios de poto de botella con los que lo jodíamos en clase, sino lentes de contacto. Ahora es psicólogo, cuando de alumno este tío tenía el don de enviar al manicomio a cualquiera, hasta el propio Job habría caído rendido, pues su paciencia no habría tolerado al buen Elard Arnaldo, El Ciego.
Luego que el Ciego me puteara por no vestir de terno y no desfilar, y tras justificarme por la lesión en la pierna, fuimos al encuentro de Pacho, y en el camino encontramos al frentón de Giorgio, que después de seis años que rompió mis lentes, no se digna en pagarlo (y dudo que lo haga luego, ya le he perdonado). Giorgio tampoco desfilaría -vestía sport como yo- pero en su caso era distinto, había regresado de viaje apenas una hora antes de ir al desfile, y no tuvo tiempo para sacar del closet el saco y la corbata.
Poco después encontramos a Paco, Sachún, Pikichaki, Chancafe, Milton y Beto. Empezamos a recitar las jodas de colegio, y cagarnos de risa, por las derrotas y los triunfos en las broncas, los afanes frustrados, las torpezas en clase, en fin. Hasta que apareció Manolo, y recordamos cuando después de una paraliturgia en el aula de segundo de secundaria, se lió a golpes con Eduardo, “el mongolo”, y el tío cayó en los primeros dos toques. Recordamos cómo Manolo salió huyendo despavorido del aula, pensando que le había matado, que Eduardo no resistió el enfrentamiento, y el mal cardiaco que padecía lo hizo caer en medio del ring que acondicionamos, post acto religioso, cuando nos dimos la paz.
No podía quedar fuera aquel día cuando el Ciego hizo el ridículo y las tres cabezas que le llevaba de ventaja al “Chino” Delgado Aquino, le sirvieron de nada para defenderse del chato que le sacó la mierda a punta de puñetes en la cara, empinándose.
Nos acordamos de los profesores y de la costumbre de estos de cobrarnos por facilitarnos los exámenes o aprobarnos en los cursos con el único esfuerzo de pagarles un sencillo (lo hacíamos sólo con los cursos cagones, no con todos). Nos reímos de la frescura cómo los profe nos sugerían ir a un local camuflado en la “cachina” para las clases especiales.
Esperamos que desfilaran las promociones que nos antecedían para que mi promo del 98 hiciera su ingreso con la banderola que no todos pagaron (paguen la cuota carajo).
Pillamos en el camino a Yuri, que estuvo un año por Inglaterra trabajando y regresó a Chiclayo con varios kilos menos de peso, ahora ya no podíamos decirle gordo, o quizá sí, pero por cariño a los rollos que nos acompañaron de primero a quinto de secundaria en la sección “I”. Con el gordo, recordamos cuando le hicimos mierda su casa, cómo dejamos su cocina llena de comida desperdigada, y los empaques del shampú, dentrífrico y papeles quemados. Él, con pana, nos sacaba pica porque no logramos atraparlo para depilarlo a la fuerza como lo habíamos planeado con el resto de chicos, en venganza a las maldades de Yuri con los inocentes.
Los saludos a nuestras madres estaban a la orden del día. La Rosa, La Feli, La Maru, La María y otras más también desfilaron, no orgullosas por la distinción. Y las ex enamoradas de los chicos no pasaron piola, también fueron chancadas, pese a que algunas esposas y novias vigentes nos acompañaban en la charla.
Juro, y no miento cuando lo escribo, que quise llorar al sentir sobre mi piel el coro del himno y la marcha sanjosefina. Rejuro por lo que más amo, que volveré el 2010 y, aunque este año no lo hicimos, lo haré para chelear en la calle, en la esquina, sentado sobre una caja de cerveza, acto que posiblemente sea censurable, pero que me importa menos que nada cuando el San José cumple años. Coco, Pacolo, puta madre tíos, no falten el otro año…

2 comentarios:

LocamenteCuerda dijo...

es que los años del COLE son los mejooooores carajooooo !!!!

pd: jijiji no recordaba que eras del SANJO xD

Claudia dijo...

A mi no me gusto mucho la etapa del colegio, pero sí me agradó conocer a mis grandes amigas y frecuentarlas hasra ahora. DEsfilar con ellas no me emociona, pero sí verlas cambiadas y compararlas cuando ibamos todas muy uniformadas y con la trenza je!
El sanjo es el cole de mi padre! y el al igual que yo mantiene ese poco entusiasmo pero si hay algo que me ha asegurado es que el Sanjo fue l omejor de su vida. Me consta...