miércoles, 28 de enero de 2009

Francotiradores fantasmas!!!!

Me indigna -llevándome al límite del vómito- que el ministro del Interior, Remigio Hernani, trate de escudarse en la imaginaria presencia de francotiradores en el Bosque de Pomac, para pasar piola y afirmar que por este hecho “impredecible”, dos policías murieron a manos de asesinos camuflados. Los periodistas que estuvimos cerca de los suboficiales cuando fueron baleados, no nos creemos el cuento de Hernani. Quienes vimos a Peralta Padilla desplomarse sabemos que esa bala -que por una certeza involuntaria cayó en la cabeza del policía- pudo terminar con la vida de cualquiera que estaba en ese grupo.
No es verdad que algún imbécil (hdp) apuntó a la cabeza de Peralta y le atinó. Son cojudeces. Al menos yo no le creo. Pero le seguiré por un minuto el juego a Hernani.
Supongamos señor ministro que al menos un francotirador estaba escondido entre los arbustos de Pomac para hacer de las suyas. Por qué entonces si en la lucha que sostuvo la Policía con los invasores que duró poco más de una hora, el francotirador no realizó otros disparos con la afinada puntería que dice usted mató a Peralta.
Y no es que quisiera que los demás policías hubieran fallecido, pero por qué -insisto ministro- el resto de policías sólo resultaron heridos y no cayeron producto del disparo del francotirador, que como usted sabrá no tiene espacio -por la destreza que usted resalta- para fallar. Y si no fue sólo uno (como lo ejemplifico) sino varios francotiradores (como el gobierno se encarga de repetir), la posibilidad de fallar y matar se reducen, teniendo en cuenta que los invasores no disparaban para espantar, sino para liquidar.
Usted sabe ministro que la historia de los francotiradores es un invento, que empezó con la versión arrancada de la desesperación del generalísimo José Raúl Ubaldo Aliaga, que envió desarmados a sus subalternos, cuando se conocía por informes de Inteligencia que esos tipos portaban armas de corto y largo alcance.
Le recuerdo Hernani que mientras Peralta e Hidalgo Ibarra eran asesinados, el generalísimo sobrevolaba la zona del Santuario Histórico, porque se orinaba los pantalones y no quería encabezar al grupo de efectivos que puso el pecho.
Si aún no termina de convencerse que miente, debo decirle que quienes realizaban los disparos están lejos de ser francotiradores. Hablé con unos colegas periodistas que se encontraban por detrás de los invasores que realizaban los disparos, y me contaban que estos tras fallar constantemente, se peleaban entre ellos por tomar el arma y disparar. Mientras ello sucedía, corrían para replegarse al ser relegados por la Policía. No tenían espacio ni paciencia para realizar un tiro atinado.
¡Dame el arma, tú no sabes disparar huevón!, me dice el pelao Lecca, un amigo periodista, al recordar las discusiones de los invasores despavoridos y a los que el ministro Hernani, generosamente ha etiquetado como francotiradores.
Recuerdo -con la mano cubriéndome la boca para no vomitar- que el generalísimo envió a la Policía sin armas, me jode retroceder en el tiempo y ver que las armas se encontraban depositadas en un almacén, lejos de lo que se convirtió en un campo de batalla. Háganme un favor, y váyanse al carajo, porque en Pomac no hubo francotiradores.

miércoles, 21 de enero de 2009

Los mató y casi nos mata... General hdp

No lo conocía, pero recuerdo que por ratos, mientras los invasores de Pomac nos disparaban, él estuvo a mi lado, sujetando su escudo para frenar las balas. En realidad permaneció al lado de los periodistas que cubrimos la diligencia judicial de desalojo en este bosque. Recuerdo también haberlo visto zizagear las balas -junto a otros policías- para ir en busca de su compañero herido. Y recuerdo además (aunque quisiera que no hubiera ocurrido) que mientras el suboficial Carlos Peralta Padilla trasladaba a su amigo herido Fernando Hidalgo Ibarra, una bala disparada desde el extremo opuesto, liquidaba su vida.
Pasó frente a nosotros, era increíble. Los hombres y mujeres de prensa rezábamos o cruzábamos los dedos (en el caso de los agnósticos) para que no seamos los próximos en caer. El cuerpo de Peralta se desplomó de pronto a sólo unos pasos nuestros. Hacía un poquito, casi nada, que cargaba a Hidalgo. Sucedió en un segundo infinito. Estaba muerto, y junto a su cuerpo inerte, un agonizante Hidalgo que llegó a fallecer por la tarde, producto de los disparos que perforaron su abdomen.
Los invasores no daban tregua, continuaban disparándonos. O quizá sólo le disparaban a la Policía, pero los periodistas también estábamos en la bronca, sin ser nuestra. Quienes nos disparaban sin piedad no perdonaban que la Policía quisiera desalojarlos del Bosque de Pomac. No toleraban que extraños pretendieran despedirlos de tierras que dicen ser suyas. Y como los uniformados no eran de su agrado, los eliminaban.
Lo que las cámaras fotográficas y de video captaron, y que luego fue transmitido, lo había visto sólo en películas hollywoodenses o en noticieros que informan sobre la guerra de medio oriente. Pero no tan cerca como entonces. Tan cerca incluso que la muerte nos rosó.
Desde diferentes celulares, oficiales PNP y periodistas, nos comunicamos con el general PNP José Ubaldo Aliaga y colegas de prensa ubicados en otros puntos de Pomac. Pedíamos ayuda. Rogábamos por auxilio. La policía al parecer se adormeció. No contestaban al llamado. Mientras continuábamos agazapados, por debajo y de lado de las balas que no cesaban, veíamos los cuerpos mezclados con tierra y sangre de los dos agentes sin vida.
Los policías veían a sus compañeros y amigos. Y yo veía a los míos. Algunos -eso creo- pensamos que las balas que mataron a Carlos y Fernando pudieron haber acabado con cualquiera de nosotros. Cuando José Rivas y William Saucedo, compañeros periodistas, nos mostraron sus heridas en la pierna y cuello, confirmamos que la muerte no quiso reclutarnos el 20 de enero.
El refuerzo policial, con el general PNP José Ubaldo diciendo que no ordenó la avanzada a Palería II y deslindado su responsabilidad, llegó una hora después de soportar la presión de la muerte. Era tarde para ellos, y pudo serlo para otros como los periodistas sin chaleco antibalas.

miércoles, 14 de enero de 2009

Raje pre “amor”

¡Es un chibolo!, ¡Es inmaduro!, ¡Nunca estaría con él!, le decía E a P del chico que ahora es su enamorado. Después que E y P se besaban e intercambiaban frases amables, E le repetía que su galán de turno era un inmaduro, pelotudo (tenía una fijación con el dejo argentino) y que entre sus opciones él estaba por debajo del último. Incluso le daba mayor chance a P, o al menos se lo dejaba notar, cada vez que se encontraban en citas esporádicas y salpicadas por momentos de pasión.
Dos años separan las edades de E y el tipo al que rajaba sin reparo. Esta diferencia de días, semanas y meses sumados le hacía pensar a E que aquel muchachón no sería el elegido de entre los pretendientes que formaban cola. No sólo lo abofeteaba con sus palabras, también lo apuñalaba, le lanzaba dardos, ráfagas y misiles. Lo mató y hasta lo sepultó.
Después de esta masacre descarada, era visiblemente imposible concluir que E le diría sí. Por eso cuando lo aceptó como su enamorado, no sólo sorprendió a P con quien continuaba chapando como amigos, sino que invitaba al desconcierto.
Cuando hablaba con P sobre esta historieta, concluíamos que ciertamente E es la causante de la mutación de una frase antiquísima. Ahora, tras lo que se pensaba era la aniquilación del rajado a manos de E, es válido deducir que “entre el raje y el amor hay un paso”. O quizá medio paso. O quizá no es amor, y el salto es hacia otro espacio adormecido por la inmadurez que P cuando me contó la historia, me dijo que se la adjudica a E.
No es que P esté desfalleciendo a raíz de este episodio. Dice sentirse burlado, pero paradójicamente aliviado, porque se enteró a tiempo que E empezó a entenderse con el rajado, cuando presume aún continuaban chapando como sucedió la última vez en que fueron a beber vino y ella se embriagó. Aquella vez, antes de recibir la llamada del rajado y después de besarse con P, ella no dejó de aclararle a P que el chibolo e inmaduro jamás la besaría como sin duda la besa ahora, posiblemente engañado.
Pese a que P no le guarda rencor a E, traté de abogar por ella y recordarle que si E lo cagó es porque quiere safarse del recuerdo del ex, del que la engañó. Y la mejor forma de olvidarse del ex que además juraba no olvidaría, y por el que lloraba incansable, era estar con algún otro tipo, aunque creyera que era un tarado.
“Lo amo (al ex) y al menos en los próximos meses no podré olvidarlo, ni estar con nadie”, le dijo E a P mientras chapaban. Pero evidentemente cambió de opinión y ahora, para olvidarlo, utilizará al rajado.
E no tendría por qué decirle a P que ahora chaparía oficialmente con el rajado. Y no lo hizo. P se enteró por su cuenta. P llamó hace poquito a E, minutos antes que me comunicara eso y que yo escribiera este post. E, se ofendió porque P le dijo sentirse burlado luego de sus besos mentirosos. E colgó la llamada, sentenciando supongo la relación ¿amical? que tenía entre vinos. No tuvo tiempo para preguntarle desde cuándo chapaba con él y coqueteaba con el rajado.Debo terminar diciendo que no siempre los chicos son los malos de la película. Y aunque casi todos los muchachones han heredado el don de engañar a las chicas, ellas también han ejercitado su capacidad de florear. ¿O no manita?... E es lo maisimo