viernes, 19 de marzo de 2010

(...la cara triste no volverá más...)

Hice, sin quererlo, un paréntesis. Abrí y cerré un espacio vacío por culpa del hueco que habla, de las ganas de querer descansar y no estar frente a la computadora un segundo más, porque las energías que recargas a medias por la mañana se agotan después de varias horas de estrés y miles de minutos de lucha contigo mismo. Pero este paréntesis en el blog me dio un espacio para respirar y pensar que tengo cosas pendientes por resolver, cosillas que empecé y no terminé, situaciones que ya son horas de regalarles un punto final.
Hace cinco años terminé la universidad, y aunque la próxima semana tendré en mis manos el bachillerato, resta la licenciatura, una deuda arrastrada y con intereses acumulados, que aún no les pago a mis padres. Ese cartoncito firmado por varios desconocidos será una de las primeras cosas que zanje este año, porque el 2011 será un nuevo capítulo, otro libro con hojas blancas por rellenar con dibujos multicolores.
Bajar de peso es también una tarea por completar. Un intento fallido en el gimnasio no hará que pegue la vuelta. Sé que puedo, sé que las horas son sobornables y puedo acomodarlas, de tal forma que pueda ir al trabajo y al gym.
Escribir un libro con sabor a luna es posiblemente un deseo que la pileta sin agua no me concedió, pero a la que le sacaré la vuelta, empezando a escribir las primeras páginas en mayo, cuando salga de vacaciones y me regale un cachito para zambullirme en la ingenuidad de la imaginación, en el pecado de la perfección y en el ocioso vicio de encantar.
Lo que también espero conseguir es que en el espejo o en las fotografías, aparezca mi rostro sonriente, no atontado. Quiero quitarle la pila al reloj, y dejarlo en la hora que me apetezca, frenar el tiempo en el instante que me antoje, tomar el mando de los minutos y los segundos, sincronizados con todo, pero sobre todo con la nada.
Mirar la luna naranja de verano, en el invierno y también en la primavera, es chamba por cerrar en un contrato incumplido con la promesa de no ver lo malo de la vida.
Quiero hacer que empiecen a recordarme por mi trabajo, que me quieran y me odien por ser periodista, no sé si poco o mucho, porque no hay litros, ni kilómetros, ni metros cúbicos que puedan medir la intensidad del sentimiento que persigo. Es posible que quiera, estoy por decidirlo, generar temblores, taquicardías e impulsos desmedidos.
Supongo que tengo una lista de cosas por hacer y que no me he enterado, ya me notificarán. Supongo que si no estoy aquí, donde me paro ahora, estaré del lado que me acomode mejor para posar y sonreir, porque la cara triste no volverá más...