miércoles, 23 de diciembre de 2009

Cerramos el círculo...

La semana pasada fui a visitar a Georgina (antes Jorge) y mientras me cortaba el cabello en la estética del barrio donde me crié de niño y oía (sin querer oírlo) los chismes calentitos de la semana, noté -aunque parezca absurdo decirlo- que el tiempo había corrido frente a mí y que no había reparado que me superó. Mis ojos posados en el espejo me sacudían para gritarme que ya no era aquel universitario disparatado, con ímpetu de ciclón y con miedos de bebé.
A los veintisiete años soy el padre de dos niños, y el amigo de Manu y Luna, soy aquel que decidió y por el que decidieron, soy quien más de una vez se sintió en el limbo, a un paso del infierno (con reducidas posibilidades de escapar e ir al paraíso), pero que resucitó. También soy el jilipollas que se cansó de esperar las líneas que nunca llegaron. Y en lo físico, para ayudar a los rajones, soy el gordo que triplicó su tonelaje y que extravió su cuello reemplazándolo por una papada espantosa, soy el tío que (vamo´ que lo diré porque el EGO me sopló) perdió su encanto.
Había planeado dejarme el cabello largo (señal inequívoca del tiempo transcurrido), pero Manu -con la sutileza que lo engalana y que adoro- me pidió -con seis años a cuestas- arreglar el desorden de las greñas. Y es que la situación lo ameritaba: era su fiesta de promoción del kinder, y papá no podía ir a la gala con terno y con pinta de mamarracho. “Sería bueno que te cortes el pelo para que te veas mejor”, aconsejó Manu, por lo que cedí rendido.
Luna, fascinada con la muñeca que le obsequiaron en la chocolatada de la empresa donde trabajo, jugaba a ser mamá, figura imaginaria que no me animo a dibujar todavía, incluso ahora que aprende a pedir “pichi” al haber superado un año y seis meses desde que se mudó del mundo de los angelitos a este mundo, tan hermoso como cruel.
Este fin de semana, posiblemente nos reunamos los chicos de la universidad, los amigos que coseché mientras hacíamos pendejadas entre aulas. La Navidad ha servido de pretexto para juntarnos. Pero la idea es también cruzar miradas con nuestros hijos, entre pañales, pantalones cortos y ecografías por mostrar.
Laura, es posible que no nos acompañe, pero fue ella, de los chicos del grupo, la primera en dar el salto a ser madre, y nos trajo a Fabricio, su primogénito, el que vigilará los pasos de la pequeña Luana, su hermana menor, y que por cierto tiene unos ojos preciosos, distintos a los de la legañosa de su madre (se te quiere Paucar).
El siguiente en convertirse en padre -si mis cálculos no me engañan- creo que fui yo, con Manu, angelicalmente diablillo y travieso como sólo él puede ser. No tan lejos a esta descripción está Luna, mi segunda hija, bella e inimaginablemente traviesa e inteligente, sobre todo cuando explora.
Giancarlo, a quien suelo ver ocasionalmente presentando las noticias en la tele, secundó nuestros pasos, y nos regaló a Gabriel, su heredero (ojalá ahorre para que le herede algo). Hace tres meses me contó que sería padre por segunda vez, y aunque su abdomen prominente advertiría que él es el embarazado (disculpen la deformación), es Hellen, su esposa, quien está en la dulce espera.
Geancarlos, el pajarito Nazario, aquel tío de voz aguda y apendejada, también se convirtió en padre. Su nena, Akemi (nombre natural de la santa tierra de Olmos), lo ha transformado como a todos. Ahora es director de una productora, y le va bien, y me alegro por él. La última vez que lo vi fue en el matrimonio del chino Rogger, otro amigo de la universidad, que se alista para ser papá. “Chipinopo” -como llamamos a Rogger- espera la llegada de su chinita para abril, y cuenta los días para que la ecografía que se sacó su esposa Analí hace unos días se convierta en llanto nocturno.
Frida, nuestra eventual anfitriona en el reencuentro del fin de semana, también es mamá. Milena y Alberto son los culpables de que sus días se iluminen, incluso en las noches oscuras. Ella abraza la alegría de sus hijos al tiempo que trabaja con su esposa en una productora de televisión.
Andrés no estudió con nosotros en la universidad, pero es parte del grupo. Andrés es el hijo de Iván, el chato que ve como su único ñaño le pinta los días de colores, y lo recarga de energía para ir a joder a una radio nacional, donde trabaja como locutor de un programa -dicen- “oidito”. Pocas veces he oído al chato, pero tomando como referente la joda que hacíamos en la universidad, y conociendo el punche que le pone a las cosas que hace, deduzco que lo hace de puta madre, tan igual como los reportajes del magazine donde trabaja con Frida, su directora.
Patty, nuestra Patty, será mamá pronto (yeeeeeeeeee). La gordis compartió su alegría con nosotros hace un par de meses, cuando nos encontramos para comer una pizza con Rogger, pizza que por cierto, la estrenada mamá devoró con la prisa que le sugería el sobrino en su vientre.
Se ha cerrado el círculo, y la maternidad con la paternidad nos ha abrazado a todos los “Chilocos” (así nos bautizamos en la universidad, en otro post explicaré por qué). Nos reuniremos para recordar lo que vivimos, para palpar lo que se fue y se quedó entre nosotros, para contarnos cómo nos va como padres, para recordarnos que el tiempo seguirá corriendo frente a nosotros, y que la base tres se asoma para algunos, y chismear sobre lo que hasta hoy no sé. Otra vez el tiempo…