miércoles, 10 de diciembre de 2008

Cuidado con lo que dices...

Un general con pinta de tirano nos puso en aprietos con los chilenos en lo que posiblemente sea una opinión compartida por muchos peruanos, pero que en público o ante una cámara (aunque sea casera) no pueden decirse. Y no necesariamente por un gesto de diplomacia.
Edwin Donayre piensa que la Guerra del Pacífico se prolongó. Quizás en el colegio o durante su formación militar no le comentaron que no es así. Este tipo con cerebro de Pedro Picapiedra piensa que hoy, muchos años después, Perú tiene que seguir enfrentado a Chile.
Creyó que por ser designado como Comandante General del Ejército, podía despotricar de los sureños, con quienes tenemos un proceso en La Haya por el diferendo marítimo, pero eso no significa que tengamos que asesinarlos y enviarlos a casa en ataúdes o en bolsas de plástico.
Al presidente García no le cayó en gracia la aparición del video donde además Donayre instruía a las mujeres que le oían decir sus boberas que serían “mujeres bomba”, para que después de seducir a los chilenos los hagan explotar. El videito apareció en el momento menos oportuno, pues pocos días antes García y la presidenta Michelle Bachellet charlaban como buenos amigos durante la cita APEC.
García repitió muchas veces que no cedería a las presiones del canciller chileno Alejandro Foxley, quien exigía que Donayre sea expulsado del Ejército Peruano, como una forma de enmendar la burrada del generalísimo. Sin embargo, no por la presión de Foxley sino porque fue el trató al que arribó con Bachellet, nuestro primer mandatario mandó al carajo a Donayre.
La lección de Donayre, al margen de las babosadas que disparó, nos enseñan a quienes vimos de lejos esta fábula, que debemos tener extremo cuidado con lo que decimos o hacemos, incluso con las personas de quienes confiamos. Cuando la burrada es dicha como mínimo en un trío la posibilidad que esta se multiplique es mayor, así como la opción de delatarse como un paralítico mental.
Y si el chisme tiene que ser demostrado, eliminando las dudas, basta con grabar caleta o con el consentimiento del disparatero, el discurso o los movimientos que se mande. Con celular o con una diminuta cámara de video estás capturado, y a no ser que mates a quien te captó, de hecho aparecerás en You Tube, calato o rajando.
A veces, bajo el absurdo argumento que es mejor ser sincero que hipócrita, decimos cosas que lastiman a quienes amamos, hieren susceptibilidades de ajenos cercanos, y hacen hervir la sangre de los afectados. Sin embargo, también a veces, es bueno callar, por prudencia.
Es cierto que la verdad duele y que el dolor no es eterno. Pero también es cierto que podemos anasteciar la verdad, callando, o siendo prudentes al evadir una pregunta con respuesta espinosa.
Decirle a medio mundo que tu compañero de trabajo es un pinche ocioso, que tu vecina se acuesta con medio barrio, que tu primo es coquero, que tu ex compañero del colegio es gay, que tu amigo le pone los cuernos a su enamorada, que tu pata el Policía es coimero, que tu hermano se masturba religiosamente con las fotos de sus amigas; pueda que no cambie mucho el panorama, que el giro sea mínimo. Pero esa es una opción remota.
La malicia nos hace maquinar con esmero las causas y calcular los efectos. Nuestros enemigos estarán atentos el traspié que cometamos para enterrarnos en vida, quemarnos atados como Juana de Arco, o para ordenar que sus sicarios nos aniquilen.
No seamos tan pelotudos como Donayre, quien olvidó andar con pies de plomo, y corrió como en las apuradas prácticas militares, tanto así que llegó antes de tiempo a casa, con los galones desgastados por su última hazaña. Donayre es un baboso. ¿Y tú?...

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Chocolate salado...

La morena de la universidad me amó, o trató de hacerlo. Pero como buen estúpido la hice llorar cuando le pedí terminar la relación, porque planeaba iniciar otra. Ella no entendía por qué la corté si se suponía que yo también la amaba. No comprendía por qué los peluches que me regaló, la foto con la dedicatoria amorosa, y los cientos de besos y caricias, no lograron cautivarme. Lo raro es que yo tampoco lo entendía.
Aunque me porté como un rufián con la morena -como lo hice con muchas chicas en mi paseo por aulas universitarias- ella no me odió, ni siquiera pensó en asesinarme, pues me lo merecía. Cuando decidió alejarse de mí para evitar que las lágrimas la ahogaran, empezamos a contactarnos por el chat, y ocasionalmente, hablábamos por teléfono.
Para hacerme entender que yo era parte de su pasado, ella decidió contarme al detalle sobre la aparición de sus galanes, de los tipos que trataban de atraparla y convertirla en su enamorada, título que le arrebate aún en la universidad. La fórmula funcionó, porque de pronto empecé a verla ciertamente con ojos de amigos.
Entre las historias que me narró con dedicación de profesora de inicial, la morena de la universidad habló de un tipo cuyas características físicas y de galán de barrio, coincidían perfectamente con la figura de un amigo con quien estudié en el colegio. Y no me equivoqué. Se trataba del “chueco”, quien al verse deslumbrado por la belleza de la morena, la cortejó hasta el punto de conquistarla.
Por la forma en que el “chueco” solía tratar a las mujeres es que vislumbré que la morena la pasaría mal. Pero me equivoqué, pese a que entre mis cálculos estimaba que esa relación no superaba los seis meses. Transcurrieron tres años y ella embobada por el ex compañero de cole, no dejaba de contarme lo bien que le iba, tanto así que tenían planes a futuro.
Hace algunas semanas, volví a preguntarle a la morena por el “chueco” por la curiosidad espontánea que te inspira saber de un amigo. “Ya terminamos”, me respondió por el chat, en una conversación poco usual, donde se ausentaron los halagos y el amor suyo no se colaba por mi monitor.
Evidentemente sorprendido por la confesión, le pregunté por qué terminaron si ella había cosechado amor en un terreno jodido. Prefirió no hablar del tema y saltar a una conversación aburrida, repetitiva. Me preguntó por el trabajo, cómo estaba de salud, y toda esa retafila de preguntas que sirven para torear malos ratos. Acepté la choteada porque no quería causarle mayor dolor al que el chueco entiendo provocó. Y porque además, con ella, no tenía autoridad para hablarle de situaciones accidentada del amor, y menos, a aconsejarla.
Ayer, cuando le pedía que visitara este blog, me asaltó la curiosidad por conocer los motivos que causaron la ruptura. Ya no soportaba más. Era imposible continuar postergando este tema que se había convertido de interés nacional.
Cuando me reveló la única razón que la hizo llorar nuevamente, la entendí. El chueco -me contó la morena- procreó a un bebé en el mismo tiempo y espacio en que a la morena le decía “te amo”. Él la engañó, le fue infiel. Y ella no toleró la mentira y lo mandó al carajo.
Cuando repasamos las dos historias, la mía y la del chueco, pensé que aquel era un chocolate salado. La morena merecía ser feliz, pero dos tipos la jodieron.
Los hombres que con legítimo derecho osen lanzar las flechas que cupido alquiló, encontrarán un inmenso escudo en el corazón de la morena. Ella duda de los chicos, pero aún tiene deseos de enamorarse. “Iré con cuidado”, me dice. Ojalá y no encuentre a otro universitario tarado o un chueco hueco.

Mudanza...

Acabo de mudarme de un blog del que guardaré gratos recuerdos. Decidí cerrarlo, no por un mero capricho, sino por recomendación médica. Y es que mi anterior cómplice en la web no sólo conserva episodios felices en mi vida, sino también malos ratos que le confesé en muchos post, momentos agrios que quiero enterrar.
Hoy me quito el terno y la corbata para escribir sin la etiqueta que la formalidad te obliga. Hoy compré un libro con hojas en blanco que planeo llenar en un tiempo indefinido, peleado con las fechas y los límites. Hoy inicio la mudanza a un mundo al que penetrarán historias tristes, pero que trataré de vivirlas deportivamente. Hoy también invitó a la felicidad a convivir conmigo, a reirse de sí misma, y de mí.
No quiero prometer nada, porque luego me chancan como político demagogo. Pero les abro la puerta de mi nueva casa en la web para que compartan conmigo mis vivencias, que entiendo coincidirán en algunos casos con las suyas. Pueden llegar sin aviso previo, ingresar sin ser ladrones, sino amigos. Y claro, espero que esta vez aumenten los comentarios y no se limiten a leer.
Sin terno y corbata, será, porque así lo he planeado, un espacio para compartir con amigos registrados en agenda hasta ahora, pero también con aquellos a quienes posiblemente nunca vea personalmente pero que pueden ingresar a través de este medio. A mis amigos, los invito a multiplicar la dirección electrónica de este nuevo blog. Compartan sus amigos conmigo, y que sus amigos hagan lo mismo con ustedes y conmigo.