miércoles, 2 de junio de 2010

A todas por igual...


Si entre hombre y mujer no tiene por qué haber desigualdad de género, por las razones legítimamente expuestas “a lo largo de los años” por las más reacias feministas del mundo, entonces, no tendría por qué haber diferencias entre las mismas chicas. Esa es una conclusión media tonta, pero lógica. Al menos eso cree Jorge, y no porque sea un gay identificado con la causa, sino que es un “causa” (jerga antiquísima y reciclada, que a manera de sinónimo, significa amigo, friend) identificado con ellas, con todas, para ser más específico.

Y no es que él esté metido de cabeza en un grupo carismático católico o que su asesor espiritual sea un obispo (lo fue algún tiempo no tan apartado del presente, pero ahora Jeshu, el monseñor, prefiere verlo de reojo y no traerlo a rastras cual oveja descarriada), y que todas las noches -al pie de su cama y con las manos juntitas tomando el cuadro del corazón de Jesús que le regaló su abuelita- rece por ellas, más que por ellos, para que logren la salvación eterna; sino que Jorgito, ha cultivo desde muy nene, la (in)sana costumbre de “trampear”, una costumbre que -dice- no es de su propiedad, la copió al ver a otros más grandes “sacar la vuelta”, y cómo es que se paseaban con buena fortuna, con pana y elegancia, en este terreno pantanoso. En esta tarea anda metido religiosamente Jorgito, pero con las chicas ricotonas, no necesariamente guapas.

-“Trampear está en nosotros, los hombres, sólo déjalo salir. Si lo secuestras es peor, porque cuando escape saldrá con fuerza”, me dice por teléfono un convencido Jorge, mientras me sugiere el tema que desarrollo hoy en este post, en la segunda entrega después del reencuentro de la semana pasada.

Y es que George, como suelo llamarlo a veces, volvió junto a otros lectores (a los que convoqué por el facebook) a sapear “sinternoycorbata”, gesto que agradezco, y que -lean bien- no pienso devolver con ningún otro favor, ni menudo que este sea. Sería un chantaje que no concibo, sobre todo porque no tengo tiempo, ni plata, ni favores ahorrados, para pagar su lectura.

En los últimos años en que Jorge ha ejercitado la olímpica carrera de la infidelidad, aprendió muchas lecciones, pero una en especial, una enseñanza cuasi bíblica, arrancada de una parábola urbana y mundana, y que juró frente a su espejo que cumpliría al pie de la letra, para que no le tiren de la manta mientras está haciendo travesuras bajo esta.

Debo aclarar, antes de continuar, que Jorgito es soltero, y aunque ya saltó la base tres, quiere seguir así por los próximos cinco años, supongo que para seguir degustando de las delicias que se obsequia él mismo al trampear, y porque aún tiene activa una cuenta en la farmacia de la esquina de su casa, dónde la cómplice farmacéutica le fía amablemente los condones que usa en cada jornada taurina.

Jorge ha llegado a estar hasta con tres chicas a la vez, osadía que no lo ubica en el podio de los más rankeados, pero que lo hace protagonista de célebres y monumentales historias épicas.

Para no ser descubierto cada vez que trampea, es que George ideó una fórmula con un mínimo, casi nulo, margen de error: llamar a todas por igual, sin su nombre de pila, porque sino, el que terminaría haciéndose la pila, es él. No importa si una tiene características físicas totalmente opuestas a la otra, o a la tercera, no importa si una es alta y la otra chata, si la primera es blanca y la otra morena, porque para Jorge, todas serán su “reinita, princesa, bebita, corazoncito, mi amor”.

Llamarlas así lo libra de la carga de tener que repetirse a sí mismo y varias veces durante muchos minutos, el nombre de una, para que al conversar con ella, no penetre en el inconsciente y salte a su boca, el nombre de la anterior, o de la que viene, después de aquella visita.

-“Puta madre, te acuerdas cuando estaba con Rufina y después de chaparla le dije: te amo Ruperta. Me reventaron conch…”, logra recordar Jorge, robándome una carcajada gemela a la que nació el mismo día que el tío sufrió aquel bache.

Aquella maniobra le costó a Jorge reducir de tres a dos sus conquistas. Digamos que perdió, pero a la vez, seguía “ganado”. Es desde aquel capítulo en que instauró esta suerte de propuesta, una fórmula sin nombre, pero que ha sido multiplicado a lo largo y ancho del territorio nacional, en múltiples presentaciones populares de Jorge, no como las conferencias en Enrique Cornejo, en auditorios repletos, pero sí en pichangas y tonos, y que espera sean heredadas de generación en generación, para que se mantenga intacta la inmunidad de los tramposos.

-“Hoy ya no me hago paltas. Ruperta, Anacleta y Constitución son todas, reinita, princesa, bebita, corazoncito, mi amor. Cuando estoy con ellas, sus nombres se desvanecen”, explica pedagógicamente este maestro, quien no ha vuelto a cometer la burrada que por poco lo manda de tours al más allá, teniendo a San Pedro, como guía a su última morada.

Para que la imagen de Jorgito no se embarre por completo, me veo obligado a ducharlo y precisar, con conocimiento de causa, que cuando sentía que en verdad estaba enamorado, pues “colgaba los chimpunes”, o lo que es igual, dejaba de trampear. Pero cuando vuelve a su estado natural, ni el monseñor, ni las misas que este oficia, curarán al Oh buen Jorge, y al diablillo que lleva dentro y no descansa…

miércoles, 26 de mayo de 2010

Metamorfosis... a todos nos pasa

Marifé se ha convertido en una fiel devota de san Puto. Cuando empezó, como una venganza a su ex enamorado, fracasó, pero ahora, la flaca, es una digna representante de la promiscuidad femenina. La otrora catequista, odia ir a misa los domingos, porque a diferencia de hace un par de años -en el presente, cuando va a una liturgia familiar- se duerme apenas aparece en escena el sacerdote, el mismo que la guiaba por la senda del bien, aquella a la que no le interesa volver.
Hoy en día, María Fernanda, como la bautizaron sus padres (que no se imaginan que su hija es "amiga de todos"), ya no vé potos de reojo, los vé de frente, y si le apetece, los toca, siendo muchas veces este el punto de partida para sus agarres de turno, esos que terminan en el sofá del desconocido, o en un hotel de veinte soles, y cuando la prisa le gana y la falda se cae, en el parque más cercano.

- "Es mejor así, sin templarse, para que no te joda luego que quieran cortarte", dice ella amaestrada por las decepciones con las que lidió desde que su primer enamorado le puso los cuernos con su hermana menor, pero de mayor proporción fisica a la suya, en todos sus extremos, sobre todo en el superior frontal.

La última vez que hable con ella, a la salida del cine, no reparó en decirme que ya no prefiere las relaciones serias, ni las cuasi serias, simplemente no quiere liarse con nadie que la joda, que le pinte pajaritos, pues lo único que buscan -agrega, filosofando- es hacer uso del suyo. Ella entiende que es mejor acomodarse al centro, en lo tibio, en el "ya pues" tumbado en la resignacion.

Marifé, sin duda, ha sufrido una letal metamorfosis, quizá la misma que Gregorio Samsa en la obra de Kafka. Y es que ella, antes de ser la chica fácil que es ahora, y después de la infidelidad del ex, había saltado de ser una chica exageradamente angelical e ingenua, a una, no satánica, pero sí de perfil político, como una congresista peruana, de las que hueveaba en el amor, de las que le importaba un pedo si el tío que la afanaba se iba de rumba sin ella, de las que no llama, sino espera que la llamen, y de las que rara vez dicen "te quiero".

Ella, eliminó en mí, toda duda sobre los cambios en el ser humano. Me dio una lección, como profesora de primaria que te explica los ejercicios de matemática con naranjitas y deditos. Pero Marifé no fue la única que remedó a Optimus Prime. Fito también lo hizo.

A Rodolfo, osea Fito, lo conozco desde que nuestras madres se encontraban en las fiestas de chibolos, y nos cambiaban los pañales en medio del tono, arruinando el deseo de los más grandecitos de comerse la mazamorra. Tal véz no juntos, pero sí en paralelo, Fito y yo, empezamos a gatear, y luego de algunos -no pocos- tropezones, llegamos a erectarnos y caminar. Tambaleábamos, cual porfiados (díganme que se acuerdan de los porfiados, a mí me caían de putamadre), hasta que logramos estabilizarnos, para aventurarnos luego a correr.

Es decir, Fito y yo, sabemos que es pasar por transciones juntos, o casi juntos, porque hemos vivido -de siempre- en el mismo barrio, y hemos cambiado nuestro rostros limpios, por unos con moretones salpicados, eso cuando habían broncas con los muchachos de la otra cuadra, y nos liábamos a golpes, porque no querían pagar la apuesta que ganábamos en la pichanga.

Pero bueno, para no hacerla más larga. Hace media hora, me enteré -después de preguntar por él a mi mamá- que el calzonudo este se había comido el cuento que era un buen samaritano, e ingresó al Seminario: ¡¡¡quiere ser sacerdote el recon...!!! ... Joder Fito, que para ser cura se necesita tener "super extra archi recargadas" fuerzas de voluntad, y tú, mi querido amigo, no las tienes. No es que dude que tengas un par de cojones bien puestos, sino que justo por esta última razón, y por las chicas con las que te haz liado (fácil, unas cincuenta, desde que perdiste la castidad) es que no concibo que quieras dejar las farras mundanas por infinitas horas de soledad y abstinencia.

- "Es que quiere servir al señor, Dios lo ha llamado", me responde mi madre, ante la carcajada estruendosa que solté, enterado de la osadía de Fito.

Diciendo esto, me expongo a que Fito -en algunos años- me calle la bocota de una trompada, y después de varias noches sin darle uso a su compañero adjunto, se reciba de sacerdote y oficie misas para -colmo de la ironía- en la parroquia del barrio, de la que se escapaba para camuflarse en la parte posterior de esta, y defender su título de pajero, en aquellas contiendas donde ganaba aquel que -cual jabalina- hiciera llegar más lejos el chorrito desesperado que salí de su interior, tras un masaje efusivo de ya saben que.

Renata, es otra buena amiga, oprimida por las transiciones. Ella, que siempre se consideró una linda mariposa multicolor, le apestaba la idea -aunque fuese sólo una idea- de que en esa alucinación suya, antes tuvo que ser un simple gusano. Gustaba, como toda chica vanidosa y coqueta, que los chicos la silbaran (guiguiuuuuu, o algo así) cuando lucía unas menudas minifaldas que dejaban escapar sus piernas carnudas color café.

A la morena, la vida me la presentó en la academia pre, cuando nos preparábamos para postular a la universidad. Sus padres no nadan en monedas de oro, como Mac Pato, pero sí tienen su "sencillito", lo que le permitía a Renata ufanarse de lo que el resto de mortales de 17 años, carecíamos, como plata -en cantidades envidiables- en los bolsillos. Recuerdo que cuando nos cruzamos por primera vez en las escaleras de la academia, ambos corríamos presurosos, porque podíamos llegar tarde a clase, y perderla. Fue así, el profe no nos dejó entrar, y ella, toda una Lady, le increpó por esa orden, enrostrándole que su sueldo es la suma de lo que nosotros pagábamos al dueño de la academia. En cristiano, lo que le quiso decir es que era nuestro subordinado, que se deje de huevadas y que nos permita ingresar a su maldita clase de Razonamiento Matemático. El profe pelotudo, cedió. Pero sólo la dejó ingresar a ella.

Renata, la misma que vivía en un departamento de lujo y cuyo padre solía comprarse un auto cada año (no es que coleccionara, sino vendía el anterior para comprarse el nuevo coche), ella merita, ahora vende hamburgesas en las afueras del colegio de mis sobrinos. Cuando la vi hace una semana, tuve mis dudas, no podía creer que la "chica pituquita", fuese la misma mujer con buzo y mandil que veía en ese instante. Y no es que me parezca denigrante que ahora venda hamburgesas, sino que era inevitable preguntarme qué sucedió, qué motivó que la arrancarán de su mundo para clavarla en otro desconocido.

- "Me enamoré, me casé, y ahora tengo tres hijos", me cuenta, sin mirarme a los ojos, mientras yo, no sé si celebrar que haya formado su propia familia, o darle el pésame porque no concluyó la carrera de Medicina Humana, por la que tanto sus padres anhelaban.

- ¿Y conozco a tu amor?, pregunté, incómodamente curioso

- "Claro, es Rogelio", contesta, y mi quijada se derrumba como las Torres Gemelas, The World Trade Center. Y es que Rogelio, en la academia, se ganó los aplausos del auditorio por ser el más persistente e irritante "afanador" de Renata, cada vez que ella lo largaba con una frase hiriente, de esas que te hacen papilla el corazón. Pero el hombre, que para efectos de no sonar anticuado, se hacía llamar Rogger, no flaqueaba. Ahora que veo a Renata, advierto que la peregrinación valió la pena, para el choche que no logró ingresar a la universidad, pero que se ganaba la vida vendiendo de todo un poco.

Supongo que la vida es así, como la de Marifé, Fito y Renata, y como la mía y la tuya, que ahora lees este post. Esta es una vida poblada de transiciones inesperadas, de metamorfosis no planeadas, de proyectos de futuro secuestrados y de deseos amordazados. Que el presente ya es pasado un segundo después que lo mencionas, ya nada es estático, y nunca un sentimiento será eterno...

PD:

He vuelto después de unos meses, pero tomemos este reencuentro como una segunda temporada de SIN TERNO Y CORBATA. Y para aquellos que recién nos visitan, bienvenidos, siéntanse a gusto...

viernes, 19 de marzo de 2010

(...la cara triste no volverá más...)

Hice, sin quererlo, un paréntesis. Abrí y cerré un espacio vacío por culpa del hueco que habla, de las ganas de querer descansar y no estar frente a la computadora un segundo más, porque las energías que recargas a medias por la mañana se agotan después de varias horas de estrés y miles de minutos de lucha contigo mismo. Pero este paréntesis en el blog me dio un espacio para respirar y pensar que tengo cosas pendientes por resolver, cosillas que empecé y no terminé, situaciones que ya son horas de regalarles un punto final.
Hace cinco años terminé la universidad, y aunque la próxima semana tendré en mis manos el bachillerato, resta la licenciatura, una deuda arrastrada y con intereses acumulados, que aún no les pago a mis padres. Ese cartoncito firmado por varios desconocidos será una de las primeras cosas que zanje este año, porque el 2011 será un nuevo capítulo, otro libro con hojas blancas por rellenar con dibujos multicolores.
Bajar de peso es también una tarea por completar. Un intento fallido en el gimnasio no hará que pegue la vuelta. Sé que puedo, sé que las horas son sobornables y puedo acomodarlas, de tal forma que pueda ir al trabajo y al gym.
Escribir un libro con sabor a luna es posiblemente un deseo que la pileta sin agua no me concedió, pero a la que le sacaré la vuelta, empezando a escribir las primeras páginas en mayo, cuando salga de vacaciones y me regale un cachito para zambullirme en la ingenuidad de la imaginación, en el pecado de la perfección y en el ocioso vicio de encantar.
Lo que también espero conseguir es que en el espejo o en las fotografías, aparezca mi rostro sonriente, no atontado. Quiero quitarle la pila al reloj, y dejarlo en la hora que me apetezca, frenar el tiempo en el instante que me antoje, tomar el mando de los minutos y los segundos, sincronizados con todo, pero sobre todo con la nada.
Mirar la luna naranja de verano, en el invierno y también en la primavera, es chamba por cerrar en un contrato incumplido con la promesa de no ver lo malo de la vida.
Quiero hacer que empiecen a recordarme por mi trabajo, que me quieran y me odien por ser periodista, no sé si poco o mucho, porque no hay litros, ni kilómetros, ni metros cúbicos que puedan medir la intensidad del sentimiento que persigo. Es posible que quiera, estoy por decidirlo, generar temblores, taquicardías e impulsos desmedidos.
Supongo que tengo una lista de cosas por hacer y que no me he enterado, ya me notificarán. Supongo que si no estoy aquí, donde me paro ahora, estaré del lado que me acomode mejor para posar y sonreir, porque la cara triste no volverá más...

miércoles, 17 de febrero de 2010

La hago, no la hago????

Si lo mío es ser periodista, no lo sé, pero lo hago, y gusto de ello. Si lo mío es ser amigo, tampoco lo sé, pero trato de serlo con quienes no salieron corriendo cuando me vieron llorar o me dieron la espalda cuando estaba plantado a un paso del abismo. Si lo mío es ser pendejo, sospecho que quizá sí, y lo hago, pero no con los cinco sentidos despiertos, hay algunos medio adormecidos, atontados.
Pero lo que no sé es si lo mío sea ser un escritor, sí, escribir novelas, inventar personajes, narrar mis torpezas y las de otros en páginas que inicialmente los amigos curiosos huzmearán con el placer de saber que por ahí se coló un secreto y dejó de serlo. No sé si lo mío sea de pronto llenar hojas en blanco de inspiración pasajera, de arrancarme del hoy, de vivir del ayer y del mañana, de soñar que no es imposible soñar, de hacer besar a personajes que no conozco, de meter a una cama a quienes duermen a kilómetros de distancia, de pasarle corrector a un poema mal hecho o estúpidamente remedado.

Y anclo en esta meditación por enésima vez, sabiendo que tal vez abandone nuevamente la idea de escribir un libro con intención de publicarlo luego. Y lo hago motivado por una amiga de talento incalculable, por encima de la distancia de sus zapatos de cenicienta a su cabeza. Y lo hago porque quisiera dar un paso más, no hundirme en los pantanos de la flojera, darle lucidez a mis miedos, a los carajos que no carajeo, y tal vez, sólo con una diminuta posibilidad, reconciliarme con Dios, que aunque digan que no es rencoroso por mis pecados, estimo que me desterraría del paraiso si lograse sortear la vigilancia de San Pedro.

La chica buena escribió un par de poemas que incluyeron en un poemario de otras muchachonas con talento, y planea publicar su propio libro en agosto. Ya tiene avanzada algunas páginas, a diferencia mía, que sólo voy por el prólogo, y barajando un título tentativo.

Silvia Núñez del Arco, la novia de Jaime Bayly, ha hecho una novela que supera mediáticamente a la novela original, la que pretende vender con una foto suya desnuda en la contraportada, un libro que los Enemigos Intimos han querido deshojar con mediano éxito. Y es que la relación íntima con el tío la ha puesto en vitrina, al punto que muchos se alistan para leer su libro primogénito, quieren saber cómo la pequeña le devolvió la arrechura al Francotirador, y asesinó la mítica y fabricada impotencia del periodista. A ella, fijo la leen.

Hoy, en este segundo que escribo esta línea, tengo muchas cosas pendientes por resolver, como terminar mi informe para la licenciatura, buscar un trabajo paralelo que me saque de la miseria, hacer el mapa que me conduzca al 2011 sentando en la tranquilidad de no tener los bolsillos ausentes de dinero. A ese tiempo ocupado, debo sumarle el tiempo que le dedico al trabajo y a mi familia. Ello me reduce a casi nada, por lo que la intención es escribir mi primer novela pierde peso por la carencia de espacio para hacerlo.

Ya años atrás me volví un sonámbulo de ojos abiertos, un tío que se olvidó de dormir, un sujeto que con astucia cristiana estiró las horas en pie, y como calzonudo consentido, bebía café para no rendirme. Es posible que vuelva por esa ruta, es posible que me anime y escriba el libro, es posible que a algunos no les guste, pero créanme que lo pensaré un poquito más...

domingo, 14 de febrero de 2010

Responde Valentín...

¿Cuál es el tiempo de vigencia de una promesa?. ¿Qué tanto puede durar un amor cuando este no es correspondido?. ¿Hasta cuándo vale la pena llorar luego de decir ADIÓS?. ¿En qué momento entierras el pasado?. ¿Cuándo carajo nos dejamos de lamentos?. ¿La felicidad de otros justifica sacrificar la propia felicidad?. ¿Podemos decirle TE AMO a otra persona cuando amas a quien despediste?. ¿Por qué nuestros labios juran amor eterno y el corazón lo despide?. ¿Los miedos son más fuertes que el amor?... son sólo algunas de las preguntas que en un minuto me asaltaron y se las dejo para responder en el Día de San Valentín. Me las pregunté pensando que también podrían preguntarse lo mismo... Esperaré sus respuestas chicos... y pásenla biena

miércoles, 3 de febrero de 2010

Y yo sigo aquí, plantado

Hay decisiones que marcan, hay momentos que alejan y llantos que siembran mares entre orillas lejanas, pero que antes fueron siameses. Hay broncas que ya no son broncas y alegrías sepultadas tan al fondo de la nada que ni el olvido gusta reclutarlas. También hay fotos que no se cuelgan en el facebook, y que a veces joden porque nos guiñan el ojo con la coquetería estúpida de los recuerdos. Y claro, como casi siempre, hay preguntas que nunca respondieron, y respuestas desperdigadas como piezas de rompecabezas tiradas bajo el sofá.
Paulo Coelho, además de ser uno de mis escritores favoritos, es un tipo con el que congenio en el anonimato natural de sus lectores. Quizá yerre en la precisión de la idea, pero Coelho decía no temer a las dificultades, lo que le asustaba era la obligación de tener que escoger un camino, pues al escoger uno tendría que abandonar otros.
Y sí que tenía razón. Y es que no podemos tener todo a la vez, no podemos, aunque le recemos a la colección de estampitas que hay en casa. Muchos quisiéramos tener los brazos del hombre elástico para atrapar todo lo que nos signifique alegría, pero nos vemos reducidos a las patas superiores de un Tiranosaurio Rex, que distante a cualquier muestra de aprecio, devora y asesina.
A veces, decidimos pegar la vuelta porque tenemos los cojones encogidos. Y a veces, sólo a veces, nos quedamos parados en el mismo lugar, por la misma razón. Es que la vida jamás dejará de ser compleja, arrinconándonos al punto de decidir, sin excusas dilatorias.
Desde que Ericksan partió en junio del 2006 he visto a muchos irse, a caminar lejos de mi. Y me pregunto si es porque ellos lo decidieron, o yo permití que fuese así. Me pregunto si en verdad conspiré con mis miedos, y los dejé partir. O acaso me coloqué un salvavidas de cemento y me hundí sin saberlo.
Vi a un angelito irse cuando debía estar ahora envuelto en pañales, rompiendo las cosas de casa, y hablando conmigo, que había estudiado en ciclo intensivo de “bebitoñol” para comunicarme con él en charlas de biberón. Lo envidió, él ahora duerme entre las blandas nubes junto a Ericksan, y yo, en un colchón encurvado, que ojalá pueda cambiar pronto por el bien de mi espalda y el ahorro que implicaría no ir más al masajista.
Vi subirse al bus a quien huía de un amor imposible, esos de novela mexicana, esos donde los protagonistas tienden a llorar en el 95% de los capítulos, esos por lo que se luchan hasta que las fuerzas ceden o los miedos espantan, esos por los que no está aquí, y sonríe ahora al lado de quienes lo quieren.
A Ceci, una colega periodista y mejor amiga, la veo a diario por la tele en un noticiero de cobertura nacional, y recuerdo nuestros inicios en la prensa en la Radio Universitaria hace diez años. Celebro que Ceci esté donde está, que haya escalado como lo ha hecho el flacuchento de Christopher, otro amigo de inteligencia incalculable y pendejada envidiada por la elegancia, y que desde hace dos semanas está pasando una temporada en Washington, en Georgetown University, junto a un grupo de jóvenes líderes de once países de Latinoamérica.
No sé, pero pareciera que estoy peleado con los cambios, y es que llevo cuatro años trabajando en el mismo diario, sentado frente a la misma Mac donde todos los días redacto mis notas y los miércoles escribo los post para el blog, como este.
No apuesto por empezar de cero, es más, no suelo hacer apuestas. Supongo que algo cambiará a la vuelta de la esquina, o a la vuelta del mundo. Resta poco para licenciarme y quizá emprender el vuelo a otra tierra, a dejar la Mac que tecleo ahora, y despedirme de los amigos que perdí, y los que conservo también.
Un SI o un NO pueden cambiar nuestra existencia. Lo fue desde que Eva se comió la manzana con Adan hasta hoy que pisamos un paraíso infernal. Mientras, yo sigo aquí, plantado… Ya me iré, al norte o al sur, no os preocupeis…

miércoles, 27 de enero de 2010

Ni cagando te cuento...

"De eso no hablo", suelen responder las chicas, cuando alguien osa husmear en su vida sexual, cuando quieren conocer si ya perdió la virginidad, la frecuencia con la que desordena la cama, o el número de chicos con los que cruza fluidos. No hay defensa más cerrada que la de ellas, cuando las llevas a rastras al campo sexual. Claro, no son todas, pero sí la mayoría, y una mayoría abrumadora, que en términos estadísticos, me animaría a decir que bordea al 90% de población femenina, cifra envidiable para los políticos que buscan la aceptación del electorado, al menos en las encuestas.
Pareciera que no oyen en RPP al doctor Maestre y asumen que hablar de sexo sigue siendo un tabú, que charlar sobre la dinámica sexual es casi casi hablar de "algo malo", que el "papa lindo" se va a enojar si admites que ya haces el amor, o en un escenario más frívolo, ya tiras.
Entiendo que hay límites en todo, sin excepciones, pero comprendo también que no hay razones aparentes para excluir de una charla amena de café, lo referido a la actividad sexual de tu amiga.
He conocido a chicas que no siendo vírgenes, aseguraban serlo, por miedo a que pensara que eran suelta de bragas. Y en verdad no. Cruzar al lado opuesto de la frontera no significa que la "hayas cagado" y que debas esconderlo. Ellas mismas, al entender que las consecuencias de reconocerlo no son apocalípticas, cuentan, exagerando en detalles, aquella primera vez, aquella por la que se negaban a levantar la cara del piso.
Si alguien las pilla saliendo de un hotel, o ingresando a uno, es fijo que lo negarán. Dirán de pronto que se confundieron, y que era otra chica con aspecto físico similar, que ella a esa hora estaba en misa o con su mamá cocinando. Y si aceptan que estaban con el enamorado, será mirando el sol caer, cuando en verdad estaba poco más de ello, mirando las estrellas y acariciando el paraíso.
Para ellas es más complicado hacerlo y hablarlo. No se trata de hablarlo con todo mundo, pero sí con los patas, de la misma forma que ellas quieren que les chismeemos de lo nuestro.
Camila dice que "ni cagando me contaría", mientras que Andrea insiste con la excusa que "es parte de mi intimidad", y Roxana tira largas y no niega ni afirma, pero en verdad hace esto último con su zigzageante discurso puritano. Fernanda, de la que dudo continúe en el club de las vírgenes, me asegura que a sus 25 años no se ha desafiliado e ignora las formas íntimas masculinas.
Ver sus fotos en el face, pegaditas al cuerpo de sus enamorados, puede ahorrarnos la pregunta y concluir por sí solos que el amor los unió por los genitales, que la fría pasión sexual los arropó bajo una misma manta, que ya lo hacen, y no está mal... nunca estará mal. ¿Lo entienden?