miércoles, 25 de noviembre de 2009

Tods mienten, hasta tú...

Si otros mienten, y uno mismo lo hace, por qué entonces confiar en los demás, por qué creer a ciegas en los que aseguran hablarte siempre con la verdad, desprendidos de la censurable mentira. Acaso hay alguna cláusula en esta suerte de contrato amical, que garantice que tanto ellos como tú, deben decir siempre la verdad. Pues no.
Se habla, tras el escudo cómplice y apendejado de la excusa, que existen mentiras piadosas pintadas de blanco, esas que sí pueden ser disculpadas, luego de un menudo esfuerzo de explicar qué las motivó. Pero en el menú también figuran las mentiras oscuras, las negritas, de esas que nadie perdona, las fabricadas en laboratorio como el célebre Maquiavelo, las que tratan de ser indultadas -con mediano éxito- con la defensa de la imperfecta naturaleza humana, la que nos da licencia de cagarla con la perfecta naturaleza animal.
Pillar las mentiras tras un beso, después de un paseo por las nubes, o escondidas en un abrazo, es amordazar la felicidad o simplemente la pasividad del día, y de las semanas o meses que acompañarán la rabia por fiarte de alguien que te pateó el culo en un descuido consentido.
Sin las mentiras, los sacerdotes no tendrían chamba, los confesionarios no tendrían inquilinos y, las parroquias, mochileros de turno. Tampoco habrían baladas que le canten a las decepciones amorosas, y Magdalenas que le lloren a los discípulos de Juan Tenorio, aquel tío que cultivó el hobbie de llevarse a la cama a cuanta chica se le cruzara en frente, incluso a la hija de la tía que vende uva Italia en una triciclo.
Sin mentiras no existirían las verdades, y menos los santos retratados en estampitas, no habrían héroes sacrificados, ni pendejeretes, ni calzonudos, ni tú, ni yo.
Si las mentiras no tuvieran vida -como se ha demostrado en la práctica- mucho menos la tendrían los secretos que solemos guardarles a nuestros amigos, que ocasionalmente nos mienten.
En el juego de la verdad y la mentira, puedes pasar de ser un buen tipo a un reverendo pendejo, o una casquivana muchachona de bragas insostenibles en la cintura. Y es que carajo, entiendan, la mentira es una herencia indisoluble, que a pesar del esfuerzo por no acogerla en casa, penetra nuestra debilucha voluntad de ser buenitos.
Las mentiras suelen ser esculpidas por los villanos que ennoblecen a las víctimas embaucadas, las que a su vez revelan el mal hábito de los primeros de mentir compulsivamente sin mediar razón.
Pero qué nos lleva a mentir, acaso el miedo de no ser comprendido, o la joda porque te carguen con bromas pesadas durante una semana completa por la verdad que te ridiculiza o crucifica. Pareciera que al desnudar la mentira, nos acojona el hecho de mudarnos con nuestra soledad a una casa vacía donde es inútil esconderse bajo las mantas.
Admitir que vas a un hotel con alguien que no es tu enamorado, o que lo es hace una semana o tres días, es una verdad que amerita ser escondida tras el muro inmenso de la mentira. Lo es tan igual decirle al auditorio de chismosos que eres la trampa de alguien, o que trampeas con alguien.
La mentira sirve también para eliminar cualquier sospecha que haz roto las reglas, que te haz visto doblegado en el intento de cumplir los mandamientos de Moisés, y sortear la condena divina que te expone ante las miradas.
Las mentiras están predestinadas a superar las generaciones presentes y las que vendrán, parecen ser inmortales, y como tal, lo único que nos resta es aprender a convivir con estas, porque de eliminarlas de nuestra rutina, pueda que algunas verdades a medias arrojen el disfraz, y terminemos jodidos… Además, todos mienten, hasta tú.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Así soy...

Estas dos últimas semanas en que estuve alejado del blog me han servido para reflexionar, para pensar sobre lo bueno y lo malo que soy, sobre la bipolaridad humana, que muchas veces me hace ver como un buen tipo, y otras tantas como un puto villano, de esos que matan ilusiones. Que más allá de los títulos, me alegra y me jode ser como soy.
Quienes me conocen, y aquellos que están en proceso, saben que gusto de mi trabajo, de charlas amenas con amigos y amigas, salir a chelear, joder, y no ir a misa, pese a que el monseñor Moliné es muy buen amigo mío.
Gusto también estar con mi familia, con mis hijos, y jugar con ellos los sábados que descanso y no voy a la chamba. Bueno, esto por la mañana, hasta antes de ir a las clases del curso de especialización en el que me apunté para aprender un poquito más del periodismo, carrera loca que practico con mediano éxito.
La coquetería, pese a que no soy un modelo de revista, ocasionalmente me acompaña. La paciencia siempre está conmigo, incluso en momentos inusitados, de esos que te provocan mandar al carajo a todos.
Y es que así soy, de caminar pausado y mirada rápida, jodido, cagao (a veces)… ayúdame con algunos adjetivos (espero comentarios)