miércoles, 16 de septiembre de 2009

Lo que empieza, termina...

Toda relación de pareja, amorosa o no, tiene su sello. Por ley mundana, tiene además una partida de nacimiento y -en paquete- un certificado de defunción. La premisa que advierte que todo lo que empieza tiene su final, es un consuelo de tontos cuando encestamos en el tacho una relación.
Cuando nuestros padres -por una fijación inexplicable- empiezan a emparejarnos de niños, con la vecinita de lado o la hijita del mejor amigo, hacen de este ejercicio casero, inofensivo, y hasta cómico, un ensayo de lo que vendrá luego, pero sin ellos como protagonistas secundarios. La fotito con la amiguita o el bailecito en un cumple mazamorrero, suelen ser los primeros pasos para complotar contra el destino y manipularlo, hasta el punto de crear maquiavélicamente una relación que desde antes de partir, se sabe aterrizará en la nada. Aquella época llega a nuestros recuerdos, luego que nuestros padres nos cuentan lo vivido de bebos, o nos muestran algunas fotos que testifiquen esa primera y kamikase relación de pañales.
Como los papis despertaron en ti el apetito de acercarte al sexo opuesto, es que -con comprensible y desmedido temor- tratas de galantear, al mejor estilo de un inexperto graduado, a la niña que resalta por encima del resto de tus compañeras de aula en la primaria. Lo jodido es que tienes competencia. No eres el único que procurará robarse la mirada de la niña bonita. Y será entonces, cuando decides tirar la toalla y mirar de lejos cómo otros la afanan, o perder todo roche, y combinar con precisión matemática lo cómico y ridículo, binomio con bajo margen de error al momento de aplicar esta estrategia infantil. Lo penoso de esta etapa, es que el éxito dura poco.
Es posible que en la secundaria sigas estudiando con las mismas chicas de la primaria, y se prolongue las posibilidades de anclar en una de ellas. Los méritos o deméritos de la primaria jugarán un papel, sino vital, importante, en tus intenciones de cortejarla. Habrá chicas que se muden de otros colegios al tuyo, y superen largamente o en un final de fotografía, la belleza de la compañerita relegada. Es en ese momento, en que hay que empezar de cero, y dedicarse a escribir otra historia.
Si terminas la primaria y en el sétimo grado tus compañeras se matriculan en un colegio sólo de féminas, redoblarás el esfuerzo por no perderle el rastro al cuerito fuera de las aulas. Sería imperdonable no tener el número de teléfono de casa, celular, correo electrónico y no agregarlas al Hi5 o Facebook (en mi época no existía lo último, nos conformábamos con lo primero). En este escenario, tendrás fortuna siempre que te esmeres, y la pereza no te intimide.
Con el tiempo vas ganando experiencia y coleccionando alegrías, golpes, lágrimas, desamores y, sabes qué hacer y qué sortear. Las primeras rupturas son una de las que más duelen. Y es que la ilusión del “primer amor” es como cuando vamos de paseo en un globo aerostático, acariciamos el cielo y compramos algunas nubes para llevar a casa, pero cuando lo pinchan caemos de porrazo con el riesgo de terminar en la unidad de cuidados intensivos.
La guapa del barrio es infaltable. Con ella también te cruzas en tu andar. Pueda que la cercanía y las charlas de banca hagan que te líes con ella. O para mala suerte tuya, que las payasadas de esquina te presenten ante sus ojos como un tarado, y mire hacia otra isla. Ahí si te jodiste.
Los quince o dieciséis son los años en que el aprender a tocar guitarra, te atrae, te seduce la idea de comprarte un arma de alta precisión y apuntar al corazón de la chica de la que te enamoraste. Le disparas, sin miedo a herirla, baladas que nacen de las cuerdas y tu voz. Las fogatas y las noches estrelladas se prestan para empezar a hilar la chompa que cobijará vuestro corazón en la playa donde se vieron por primera vez.
Como que en la academia pre las chance de emparejar tu soledad se acrecientan. Es bueno andar con pies de plomo, porque cualquier error te descalifica en primera ronda. Miras todo el panorama, sin saltarte espacios vacíos, y pillas en medio de ellas, a ella. Los cuatro meses que dura el ciclo en la preparatoria, pueden servir para empezar y terminar al ritmo de las clases, o para alistar el terreno a lo que pueda venir luego. O mejor aún, para los putos, intercambiar experiencias en breve plazo con chicas open maint… (EL PRÓXIMO MIÉRCOLES: PARTE II)

4 comentarios:

Leunam dijo...

Ajá! yo si tuve mucha mala suerte que en realidad es mal aspecto en primaria y secundaria, nunca le djie nada a las chicas que me gustaban. Ahora apenas lo insinuo.
Esperaré la segunda parte.

Anónimo dijo...

:O! Interesante... Tb esperare la segunda parte!! ;)
Saludos.

Anónimo dijo...

Cuando subes la segunda parte?.

Lunático dijo...

listo para leer la segunda parte...