miércoles, 4 de febrero de 2009

No regresó por error, volvió para olvidar...

Lucas volvió al barrio, a las pichangas con apuesta de un sol o de quina, al trepar paredes como atajo para llegar a la cancha, a la puteada con los muchachos, a la cheleada post pichanga y a contar historias que resucitaban recuerdos de niños. Volvió a su esencia.
Había pasado mucho tiempo desde que Lucas no oía un silbido colarse por la ventana de su habitación, llamándolo para jugar fulbito. El tiempo había devorado los años que pasó sin chelear en una esquina con sus amigos. Los días corrieron por delante de Lucas sacándole tanta ventaja que no pudo detenerlos.
Lucas no regresó a casa por error, pero sí para refugiarme de algunos miedos que descaradamente lo asustan a plena luz del día, miedos que no esperan la oscuridad para hacerle temblar. Lucas me cuenta que quiere sembrar nuevos recuerdos para sepultar y olvidar otros.
Me alegra que Lucas haya aterrizado en el barrio después de una estadía por tierras no tan lejanas, pero que sí lo alejaron de nosotros. Dice haber tropezado con historias de dolor causadas por indecisiones. Y como los chicos -los que siempre joden en la esquina- no entienden de sutilezas, le recomiendan a Lucas con crudeza que mande al carajo los pinches recuerdos, aunque fueron estos los que pusieron las primeras chelas con las que pretendía olvidar que amaba a Dina, la mujer que nos devolvió a Lucas al barrio.
Lucas aprovechó que la joda por la ruptura con Dina coincidiera con sus vacaciones, para volver al barrio, y por ratos, subirnos al árbol que nos camuflaba de las sombras que nos perseguían de niños. Pero resta una semana para que pegue la media vuelta. Las vacaciones terminan y Lucas debe volver al trabajo, y quizá, volver a enfrentar los misiles que Dina envía con su indiferencia.
Como también suelo trabajar pierdo contacto con Lucas por algunos días. En la víspera a su partida, con Lucas decidimos caminar bajo la lluvia. Luego nos escondemos de la lluvia para fumarnos algunos cigarrillos y empezar a despedirnos. Le digo que lo extrañaré, y no porque suela ser cursi, sino porque en verdad me joderá saber que se hospedará lejos.
Se va diciéndome que luchará para no olvidarse que debe olvidar. Le creo. Sus lágrimas me lo confirman, mientras se mezclan con la lluvia que también cayó al despedirme de mi amigo. “Chau tío”, me dice poco antes de abrazarlo y decirle adiós. “No sé cuándo, pero volveré tío”, responde con palabras al abrazo. “Hasta algún día doc”, sentencio al tiempo que veo su silueta desaparecer, y pienso que el dolor parido por el amor no es eterno. Ya pasará, confía en mí.

2 comentarios:

ECAZUL dijo...

Es un poco dificil no derramar alguna lágrima despidiendo a un amigo con quien haz compartido tantas cosas,buenas y malas, lo importante de las despedidas es que queda la esperanza de volverse a ver algun día.

Claudia dijo...

Mientras haya un amigo con quien se pueda compartir esos momentos, y de paso, una chela, el desahogo será muy muy aliviante.
Es verdad, con el tiempo pasará.