miércoles, 18 de marzo de 2009

El roche no es Munra

Desde que pisé por primera vez el jardín de la infancia, cuando apenas tenía cuatro años, supe que tendría dificultades para socializarme. No era una premonición, era algo real, casi podía palparlo. La razón por la que desembarqué en esta sospecha era el roche. Temía decir o hacer algo que entendía podría resultarle cómico a otros y convertirme en el tonto útil de aquellos que buscaban a un bufón voluntario.
Para entonces, prefería quedarme en casa a ver dibujos animados (Los Pitufos, Transformers, Thundercats) por la tele, antes que madrugar para ir tirado de la mano y somnoliento a una clase donde me darían las primeras armas para sobrevivir en este mundo. Hoy me recuerdo de niño, peinado como tonto, vistiendo un mandil celeste a cuadros, y con una lonchera que escondía la clásica gelatina y la no menos popular galleta de soda. Quizá por eso es que inconcientemente me sentía como un potencial bobo.
Solía quedarme callado antes de intervenir en clase. Prefería no ofrecerme como voluntario para ninguno de los ejercicios porque intuía que otros podían hacerlo mejor, o simplemente podían hacerlo, y yo no. Cuando respondía entre dudas, lo hacía obligado porque la profesora Mariela (en mi época aún no llamábamos miss a las profes) me señalaba, como invitándome a romper el silencio que abrazaba como almohada. Y cuando estaba de mal humor, me amenazaba, apuntándome con el arma de la desaprobación.
Los únicos ratos en los que no me sentía presionado era en el recreo. Era mi paraíso. Ahí podía ser yo, no temerle a nada. Todos, en ese rato de ocio, éramos cien por ciento niños, y no dedicados alumnos, obligados a no perder la concentración para hacer una figura geométrica, pintar algún dibujo, o escribir los números del uno al diez.
En la primaria me aterraba la idea de lanzarme (entiéndase por cortejar, afanar) a una chica. Tanto así que me inventé hasta tres novias, las que nunca se enteraron que estuvimos juntos. Pero fueron ellas, en diferentes grados, las que me ayudaron -sin saberlo- a empezar a matar el roche. Utilizaba mis habilidades en algunos cursos para participar con mayor frecuencia en clase, y así, atraer la atención de las diminutas féminas que me hacían babear. Funcionó como lo planeé.
Lo que todavía no podía superar era la barrera que me impedía invitar a una chica a bailar. Era toda una odisea. Era un ir y venir hacia ella y de ella. Me animaba el verlas guapísimas (con un ropa que ahora ya pasó de moda), y con caritas inocentonas (ahora sé que muchas de ellas son unas dulces diablillas). Ese roche lo enfrenté en una fiesta de tercero de primaria y gracias a los empellones de una profesora, que sujetándome fuerte del brazo me jaloneó para colocarme frente a una compañera, obligándome con una sonrisa amenazante a bailar con ella.
Aunque me hubiese gustado debutar en la pista de baile con una compañera guapa, me agradó la sensación de menearme al ritmo del baile del perrito, pese a que Agripina era mi pareja de turno en el dancing. Luego salté a las chicas lindas, y el roche del bailetón se resolvió, gracias a la iniciativa de la chinchosa de la profesora “cara de huaco”.
En la secundaria tuve que lidiar con las exposiciones, aquel ingrato ejercicio de pararte delante de una clase poblada por jodido compañeros, porque el profesor se aburrió de preparar un tema y nos chantó el chiste de hacerlo. Recuerdo que mi cuerpo temblaba, sudaba, evidenciaba espanto. La cosa empeoraba cuando olvidaba lo que había memorizado en casa para decirlo de paporreta de clase. Recuerdo que olvidé narrar cómo es que Grau perdió en el combate de Angamos y lo hicieron héroe. Recuerdo que quise cubrir ese vacío con una historia de Popeye, pues suponía que todos los marinos hacían lo mismo.
El roche de intimar con una mujer, a diferencia de mis compañeros de clase, no la superé durante el colegio. Tuve que esperar algunos años para hacerlo. Recibí múltiples invitaciones para visitar el burdel que quedaba en la salida sur de la ciudad, pero me rehusaba, hecho cuestionado por los pipilólogos clientes en que se convirtieron mis patas como el chino Delgado, Pacho, Yuri, el Ciego, y otros más.
La fobia generada por la matemática me empujó a decidirme por estudiar en la universidad una carrera ligada a las letras, aquel refugio donde no tienes que batallar con los números. En la academia pre empecé a asesinar el roche de afanar a las chicas, pero no como aficionado tontón, sino con interés de carácter de Estado. Y lo hice, tanto que yo mismo terminé sorprendido, pues en la universidad (sorry chicas) hice gala de lo que había aprendido como autodidacta en el arte de conquistar mujeres.
La universidad me sirvió también para perderle el miedo a exponer. En verdad, ya había empezado en la pre, cuando una profe -rubia, de curvas infartantes y otras cosillas espectaculares e incontables- me pidió -acariciándome el cabello y mirándome fijamente a los ojos- que le contará a mis compañeros quién michi era Dante Alighieri y Giovanni Bocaccio. En una dije: sí profe.
Ahora soy periodista, y miro a todos por igual. No me da roche hablar con el presidente de la República, congresistas, ministros, o con mandatarios de otros países. Y que esto último no suene como que soy un tipo pedante. Lo que trato de decir es que el roche es vulnerable, podemos matarlo si nos lo proponemos. Pero ojo, el roche se pierde cuando estamos preparados para afrontar una situación sin temores… Recordemos chicos, que el roche no es Munra, el roche no es inmortal.

2 comentarios:

Claudia dijo...

bueno, es verdad, el roche no es inmortal. Y bueno, nunca me imaginè que el pasado de este periodista pregunton, fuera el de un tìmido niño.
Lo admito, aùn tengo muchos roches, para hablar un poco en pùblico. Recuerdo que en segundo de secundaria me olvidè el tema que iba a exponer en el taller de oratoria del colegio. La profe, me hizo quedar como la màs estùpida, pero en cuarto y quinto me desquitè, ganè el concurso de este taller. Es verdad, no es munra. De niña siempre odie a ese personaje.

(nuevamente en chiclayo)

Rayme Giancarlo Paredes Garboza dijo...

una cosa no quedo clara, no querias ir al burdel?...como cambiaste de opinion tamarinadicto...jjajaja buena gordo, hay que bajar de peso Mamut..y lo digo yo....jajaja