miércoles, 2 de junio de 2010

A todas por igual...


Si entre hombre y mujer no tiene por qué haber desigualdad de género, por las razones legítimamente expuestas “a lo largo de los años” por las más reacias feministas del mundo, entonces, no tendría por qué haber diferencias entre las mismas chicas. Esa es una conclusión media tonta, pero lógica. Al menos eso cree Jorge, y no porque sea un gay identificado con la causa, sino que es un “causa” (jerga antiquísima y reciclada, que a manera de sinónimo, significa amigo, friend) identificado con ellas, con todas, para ser más específico.

Y no es que él esté metido de cabeza en un grupo carismático católico o que su asesor espiritual sea un obispo (lo fue algún tiempo no tan apartado del presente, pero ahora Jeshu, el monseñor, prefiere verlo de reojo y no traerlo a rastras cual oveja descarriada), y que todas las noches -al pie de su cama y con las manos juntitas tomando el cuadro del corazón de Jesús que le regaló su abuelita- rece por ellas, más que por ellos, para que logren la salvación eterna; sino que Jorgito, ha cultivo desde muy nene, la (in)sana costumbre de “trampear”, una costumbre que -dice- no es de su propiedad, la copió al ver a otros más grandes “sacar la vuelta”, y cómo es que se paseaban con buena fortuna, con pana y elegancia, en este terreno pantanoso. En esta tarea anda metido religiosamente Jorgito, pero con las chicas ricotonas, no necesariamente guapas.

-“Trampear está en nosotros, los hombres, sólo déjalo salir. Si lo secuestras es peor, porque cuando escape saldrá con fuerza”, me dice por teléfono un convencido Jorge, mientras me sugiere el tema que desarrollo hoy en este post, en la segunda entrega después del reencuentro de la semana pasada.

Y es que George, como suelo llamarlo a veces, volvió junto a otros lectores (a los que convoqué por el facebook) a sapear “sinternoycorbata”, gesto que agradezco, y que -lean bien- no pienso devolver con ningún otro favor, ni menudo que este sea. Sería un chantaje que no concibo, sobre todo porque no tengo tiempo, ni plata, ni favores ahorrados, para pagar su lectura.

En los últimos años en que Jorge ha ejercitado la olímpica carrera de la infidelidad, aprendió muchas lecciones, pero una en especial, una enseñanza cuasi bíblica, arrancada de una parábola urbana y mundana, y que juró frente a su espejo que cumpliría al pie de la letra, para que no le tiren de la manta mientras está haciendo travesuras bajo esta.

Debo aclarar, antes de continuar, que Jorgito es soltero, y aunque ya saltó la base tres, quiere seguir así por los próximos cinco años, supongo que para seguir degustando de las delicias que se obsequia él mismo al trampear, y porque aún tiene activa una cuenta en la farmacia de la esquina de su casa, dónde la cómplice farmacéutica le fía amablemente los condones que usa en cada jornada taurina.

Jorge ha llegado a estar hasta con tres chicas a la vez, osadía que no lo ubica en el podio de los más rankeados, pero que lo hace protagonista de célebres y monumentales historias épicas.

Para no ser descubierto cada vez que trampea, es que George ideó una fórmula con un mínimo, casi nulo, margen de error: llamar a todas por igual, sin su nombre de pila, porque sino, el que terminaría haciéndose la pila, es él. No importa si una tiene características físicas totalmente opuestas a la otra, o a la tercera, no importa si una es alta y la otra chata, si la primera es blanca y la otra morena, porque para Jorge, todas serán su “reinita, princesa, bebita, corazoncito, mi amor”.

Llamarlas así lo libra de la carga de tener que repetirse a sí mismo y varias veces durante muchos minutos, el nombre de una, para que al conversar con ella, no penetre en el inconsciente y salte a su boca, el nombre de la anterior, o de la que viene, después de aquella visita.

-“Puta madre, te acuerdas cuando estaba con Rufina y después de chaparla le dije: te amo Ruperta. Me reventaron conch…”, logra recordar Jorge, robándome una carcajada gemela a la que nació el mismo día que el tío sufrió aquel bache.

Aquella maniobra le costó a Jorge reducir de tres a dos sus conquistas. Digamos que perdió, pero a la vez, seguía “ganado”. Es desde aquel capítulo en que instauró esta suerte de propuesta, una fórmula sin nombre, pero que ha sido multiplicado a lo largo y ancho del territorio nacional, en múltiples presentaciones populares de Jorge, no como las conferencias en Enrique Cornejo, en auditorios repletos, pero sí en pichangas y tonos, y que espera sean heredadas de generación en generación, para que se mantenga intacta la inmunidad de los tramposos.

-“Hoy ya no me hago paltas. Ruperta, Anacleta y Constitución son todas, reinita, princesa, bebita, corazoncito, mi amor. Cuando estoy con ellas, sus nombres se desvanecen”, explica pedagógicamente este maestro, quien no ha vuelto a cometer la burrada que por poco lo manda de tours al más allá, teniendo a San Pedro, como guía a su última morada.

Para que la imagen de Jorgito no se embarre por completo, me veo obligado a ducharlo y precisar, con conocimiento de causa, que cuando sentía que en verdad estaba enamorado, pues “colgaba los chimpunes”, o lo que es igual, dejaba de trampear. Pero cuando vuelve a su estado natural, ni el monseñor, ni las misas que este oficia, curarán al Oh buen Jorge, y al diablillo que lleva dentro y no descansa…

2 comentarios:

ECAZUL dijo...

Conosco a caso al tal Jorge??????....por lo de Oh buen Jorge dedusco quien es...

Esa de no decirles a las chicas por su nombre lo tomaré en cuenta cuando no me digan carla...jajajaa

LA BRUJA dijo...

mi comentario se escribio en la entrada anterior... sorry