miércoles, 21 de enero de 2009

Los mató y casi nos mata... General hdp

No lo conocía, pero recuerdo que por ratos, mientras los invasores de Pomac nos disparaban, él estuvo a mi lado, sujetando su escudo para frenar las balas. En realidad permaneció al lado de los periodistas que cubrimos la diligencia judicial de desalojo en este bosque. Recuerdo también haberlo visto zizagear las balas -junto a otros policías- para ir en busca de su compañero herido. Y recuerdo además (aunque quisiera que no hubiera ocurrido) que mientras el suboficial Carlos Peralta Padilla trasladaba a su amigo herido Fernando Hidalgo Ibarra, una bala disparada desde el extremo opuesto, liquidaba su vida.
Pasó frente a nosotros, era increíble. Los hombres y mujeres de prensa rezábamos o cruzábamos los dedos (en el caso de los agnósticos) para que no seamos los próximos en caer. El cuerpo de Peralta se desplomó de pronto a sólo unos pasos nuestros. Hacía un poquito, casi nada, que cargaba a Hidalgo. Sucedió en un segundo infinito. Estaba muerto, y junto a su cuerpo inerte, un agonizante Hidalgo que llegó a fallecer por la tarde, producto de los disparos que perforaron su abdomen.
Los invasores no daban tregua, continuaban disparándonos. O quizá sólo le disparaban a la Policía, pero los periodistas también estábamos en la bronca, sin ser nuestra. Quienes nos disparaban sin piedad no perdonaban que la Policía quisiera desalojarlos del Bosque de Pomac. No toleraban que extraños pretendieran despedirlos de tierras que dicen ser suyas. Y como los uniformados no eran de su agrado, los eliminaban.
Lo que las cámaras fotográficas y de video captaron, y que luego fue transmitido, lo había visto sólo en películas hollywoodenses o en noticieros que informan sobre la guerra de medio oriente. Pero no tan cerca como entonces. Tan cerca incluso que la muerte nos rosó.
Desde diferentes celulares, oficiales PNP y periodistas, nos comunicamos con el general PNP José Ubaldo Aliaga y colegas de prensa ubicados en otros puntos de Pomac. Pedíamos ayuda. Rogábamos por auxilio. La policía al parecer se adormeció. No contestaban al llamado. Mientras continuábamos agazapados, por debajo y de lado de las balas que no cesaban, veíamos los cuerpos mezclados con tierra y sangre de los dos agentes sin vida.
Los policías veían a sus compañeros y amigos. Y yo veía a los míos. Algunos -eso creo- pensamos que las balas que mataron a Carlos y Fernando pudieron haber acabado con cualquiera de nosotros. Cuando José Rivas y William Saucedo, compañeros periodistas, nos mostraron sus heridas en la pierna y cuello, confirmamos que la muerte no quiso reclutarnos el 20 de enero.
El refuerzo policial, con el general PNP José Ubaldo diciendo que no ordenó la avanzada a Palería II y deslindado su responsabilidad, llegó una hora después de soportar la presión de la muerte. Era tarde para ellos, y pudo serlo para otros como los periodistas sin chaleco antibalas.

1 comentario:

Claudia dijo...

si pues, ese general de mier...pudo haber ocasionado lo peor. Menos mal que Livas salio librado, herido pero con vida!

saludos!